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UN SITIO EN EL OLVIDO

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Está lejos, apartado de las calles mansas. En la entrada, apenas una tapia y un portón; en los laterales, mallas de alambre. No tiene nombre, como si solo bastara con el término que lo nombra: cementerio. En la sucesión de tumbas y mausoleos, nombres que la ausencia nunca ordena alfabéticamente. Es difícil saber quién ha llegado primero. La historia local no se ocupa de esas cosas. Aquí, en el olvido, busca sitio. Ese estará bien, junto a las flores lilas de las malvas.    

LHASA DE SELA

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Desde aquella tierra de sol y agaves hasta los bares de Montreal has venido conmigo. En la ranchera, el  claro dolor del blues, el travieso ritmo del klezmer. De mi soledad, fuiste el mapa sin confines, la luz detrás de mis párpados cuando conocí mi voz de sal y canela. Pasada esta Noche Vieja nunca podré cantar las canciones de Jara. Generosa, has aplazado el final. Mi voz, sin embargo, aquí se queda.

PAN EN TÉ

Revuelve el té. Pide pan. Lo introduce en la taza. Lo saborea. Nube caliente, húmeda, dulce que se deshace en la boca. Eso es un poema. Le basta con sentirlo. Lo demás, el sucio bar: la literatura.

LAS ÚLTIMAS COSAS

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Caía fuego de mortero sobre toda la compañía.   El País , 16/09/2009 Desalentado ,  quieta la cabeza sobre en una piedra, miro las lomas. Todavía tienen luces encendidas. Parecen las de esas ciudades que se dejan ver desde los cerros. Lentejuelas amarillas sobre paño negro. En lo alto, delante de la luna,  hay nubes calmas. Algo de polvo  les acerca el viento.  ¿Cómo será sentirse polvo o nube,  dejarse empujar por las alas frías de ese avión que titila justo ahora? ¿Cómo se verá este sitio pálido y caótico, harto de ruidos? Cuando las tenemos cerca  las cosas son extrañas. Nos pasman con su presencia brutal y definitiva. Como la mordedura de una bala,  la rosa amarilla de una explosión, este fuego de mortero que cae sobre toda la compañía. 

VÍSPERA DE SAN JUAN

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Sentados sobre el espigón, miran arder el verano en las hogueras de junio. Sobre las piedras, la bajamar ha dejado algas muertas, jirones de sombra que se confunden con las suyas. Ayer perdido en el presente, no tienen historia aquí. Como si se tratase de un segundo nacimiento, todo debieron hacerlo nuevamente. Han aprendido los contornos de la ciudad, la lengua seglar, más dura que el frío que los obliga a abrigarse y caminar hacia la poblada salida del metro. No saben aún que la ciudad solo puede ofrecerles lo que ahora abandonan: una Barceloneta ajena, turística, un poco de comida y el calmo oleaje donde a veces se demora el último sol. El mañana real son cenizas de casas y calles que todavía crepitan en su interior, a miles de kilómetros. 

ESCENA DE NAVIDAD

A Manuel Brito Sobre la tierra muda, recién regada del patio, sentado en una silla, se deja estar. Como la espuma de la cerveza, le suben claras las variaciones de los días: las siestas luminosas, atormentadas por las chicharras; las risas acompañadas por los recónditos perros de la madrugada; el tibio olor del pan, el humo del querosén que hacía la noche. Últimas, perdidas, hoy lo acompañan, igual que la brisa que por los alambres del fondo le trae la fresca suavidad de las malvas. Hablará con alguien de esas cosas, y a su turno se iluminarán y se apagarán las voces, lentamente, igual que las luces navideñas que ha colgado de la ventana. Mañana, aturdido por el calor, recordará lo sucedido. Recuerdo de recuerdos, la cita a la que acudimos cuando callan los fuegos artificiales.

SAN PEDRO DE COLALAO

Bajo  la seca luz arden el polvo y los árboles. El norte quema la vida en las manos y los ojos.  Aquí abunda el apellido ilustre, la mano pedigüeña, las cañas de humo. A eso hay que resignarse.  Me lo dijo y taloneó al caballo. El agua donde había bebido el animal reflejó, sucia, un cielo sin pájaros. Mirándola, agregó:  Es  lo que somos.  No hablamos más. Hasta nosotros extendía su sombra el cerro.

BUENOS AIRES, 1973

A manece . El lomo rancio del Riachuelo mece raídos botes y viejas latas que golpean contra la orilla. Por este sumidero de sombras se desangra la ciudad, y parte la noche hacia aguas más amplias y luminosas. Carteles arrancados, palabras negras, flores de pólvora muestra en su abandono. Objetos de un sórdido y sitiado laberinto que he atravesado aferrando el revólver. Más allá del rumor del tránsito que extiende los límites de los suburbios, lejos de las persianas que revelan su alma de óxido, ha quedado la vida. El vino agreste que alegraba los sábados; su cuerpo bajo la Cruz del Sur, entre las hierbas del campo, una noche después de la tormenta; las primeras palabras que escupí durante una huelga en una fábrica; ahora se confunden y arden como la sangre y el sudor que me quema la herida. Con asombro y como si fuese nuevo miro el mapa que trazan las piezas del empedrado. Inútil grafía de mugre de la cual me arranca el rechinar de las ruedas que me buscan. Cuento nuevamente la

FOTOGRAFÍA DEL PORVENIR

A Roberto Arnedo (h) E n la fotografía, entre el amargo color de los eucaliptos, inquieto, ha quedado atrapado el viento. Las ramas, tensas y retorcidas, muestran su afán de invisible viajero. Quizá por eso, al fondo, en el cielo —esa partícula de inmensidad arañada por las tuscas— no hay nubes ni pájaros. Es una tarde seca, limpia. Al pie de los árboles, y aunque la perspectiva no permite observarla, sé que hay una calle —arenosa, invadida por matorrales quemados por el frío. Por allí se apartaban las parejas durante el verano, cuando sólo deseaban escuchar sus voces y querían olvidar el murmurio conservador del pueblo. De ese tiempo nada sabe este trozo de invierno en el que no hay nadie. Como si en lugar del presente la imagen mostrara el futuro: la olvidada soledad en la que acabará nuestra memoria, sus recuerdos.

UNA NOCHE A DOS VOCES

Siete mesas —enrojecidas por el haz de luz—, una rocola —que impregna el humo de sórdidas cumbias—, la cifra —y el maquillaje inútil del nombre falso—, los ojos —que resbalan hasta el sostén—, después, el cuerpo —que hiere como una palabra jamás dicha—, finalmente, las siete mesas —tras la puerta de paño, los rugosos billetes, el golpe, el disparo.  

CONTACTO: gaston.coba@gmail.com