Entradas

BUENOS AIRES, 1973

A manece . El lomo rancio del Riachuelo mece raídos botes y viejas latas que golpean contra la orilla. Por este sumidero de sombras se desangra la ciudad, y parte la noche hacia aguas más amplias y luminosas. Carteles arrancados, palabras negras, flores de pólvora muestra en su abandono. Objetos de un sórdido y sitiado laberinto que he atravesado aferrando el revólver. Más allá del rumor del tránsito que extiende los límites de los suburbios, lejos de las persianas que revelan su alma de óxido, ha quedado la vida. El vino agreste que alegraba los sábados; su cuerpo bajo la Cruz del Sur, entre las hierbas del campo, una noche después de la tormenta; las primeras palabras que escupí durante una huelga en una fábrica; ahora se confunden y arden como la sangre y el sudor que me quema la herida. Con asombro y como si fuese nuevo miro el mapa que trazan las piezas del empedrado. Inútil grafía de mugre de la cual me arranca el rechinar de las ruedas que me buscan. Cuento nuevamente la

FIGURACIONES

Una hormiga feroz y azul o un ángel de túnica roja, un cielo adoquinado  o un sol que parezca un cerebro, un limón violeta; eso sueña que quiere ser la mancha. 

HAIKUS

1  Último aliento  del sol en las ventanas. Nadie lo mira. 2 Blancas estelas de invisibles aviones, trazos de espuma.

GOTAS

Alineadas en la cuerda que sirve de tendedero, esperan el viento.  Su vuelo  sin retorno  limpiará el  añil.  Son  el claro  indicio de que la primavera  ha llegado.

PÉRDIDAS

Aún no despunta el día. Bajo estrellas de vieja luz la oscuridad difumina las palabras que escribí y las vuelve lejanas. Horizonte de cerros, patios amarillos, dulces algarrobos... todo lo que fue entregado al poema es ahora incierto. ¿Era yo el que ardía en aquella voz cuando amenazaba el frío? ¿Fueron mías esas pertenencias? Y sin embargo, ¿dónde existirán luego? Si al menos perdurase, en la lentitud de lo que sucede, esto que inerme inquiero... Pero es vasta y tenaz esta forma de la ausencia o del olvido. No obstante, cierro los ojos y algo hay que resiste, con paz, con firmeza; el cerril deseo  de existir  todavía en la mañana. Publicado en la antología Huellas del alma (Dunken, 2010).

FOTOGRAFÍA DEL PORVENIR

A Roberto Arnedo (h) E n la fotografía, entre el amargo color de los eucaliptos, inquieto, ha quedado atrapado el viento. Las ramas, tensas y retorcidas, muestran su afán de invisible viajero. Quizá por eso, al fondo, en el cielo —esa partícula de inmensidad arañada por las tuscas— no hay nubes ni pájaros. Es una tarde seca, limpia. Al pie de los árboles, y aunque la perspectiva no permite observarla, sé que hay una calle —arenosa, invadida por matorrales quemados por el frío. Por allí se apartaban las parejas durante el verano, cuando sólo deseaban escuchar sus voces y querían olvidar el murmurio conservador del pueblo. De ese tiempo nada sabe este trozo de invierno en el que no hay nadie. Como si en lugar del presente la imagen mostrara el futuro: la olvidada soledad en la que acabará nuestra memoria, sus recuerdos.

UNA NOCHE A DOS VOCES

Siete mesas —enrojecidas por el haz de luz—, una rocola —que impregna el humo de sórdidas cumbias—, la cifra —y el maquillaje inútil del nombre falso—, los ojos —que resbalan hasta el sostén—, después, el cuerpo —que hiere como una palabra jamás dicha—, finalmente, las siete mesas —tras la puerta de paño, los rugosos billetes, el golpe, el disparo.  

CONTACTO: gaston.coba@gmail.com