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PÉRDIDAS

Aún no despunta el día. Bajo estrellas de vieja luz la oscuridad difumina las palabras que escribí y las vuelve lejanas. Horizonte de cerros, patios amarillos, dulces algarrobos... todo lo que fue entregado al poema es ahora incierto. ¿Era yo el que ardía en aquella voz cuando amenazaba el frío? ¿Fueron mías esas pertenencias? Y sin embargo, ¿dónde existirán luego? Si al menos perdurase, en la lentitud de lo que sucede, esto que inerme inquiero... Pero es vasta y tenaz esta forma de la ausencia o del olvido. No obstante, cierro los ojos y algo hay que resiste, con paz, con firmeza; el cerril deseo  de existir  todavía en la mañana. Publicado en la antología Huellas del alma (Dunken, 2010).

FOTOGRAFÍA DEL PORVENIR

A Roberto Arnedo (h) E n la fotografía, entre el amargo color de los eucaliptos, inquieto, ha quedado atrapado el viento. Las ramas, tensas y retorcidas, muestran su afán de invisible viajero. Quizá por eso, al fondo, en el cielo —esa partícula de inmensidad arañada por las tuscas— no hay nubes ni pájaros. Es una tarde seca, limpia. Al pie de los árboles, y aunque la perspectiva no permite observarla, sé que hay una calle —arenosa, invadida por matorrales quemados por el frío. Por allí se apartaban las parejas durante el verano, cuando sólo deseaban escuchar sus voces y querían olvidar el murmurio conservador del pueblo. De ese tiempo nada sabe este trozo de invierno en el que no hay nadie. Como si en lugar del presente la imagen mostrara el futuro: la olvidada soledad en la que acabará nuestra memoria, sus recuerdos.

UNA NOCHE A DOS VOCES

Siete mesas —enrojecidas por el haz de luz—, una rocola —que impregna el humo de sórdidas cumbias—, la cifra —y el maquillaje inútil del nombre falso—, los ojos —que resbalan hasta el sostén—, después, el cuerpo —que hiere como una palabra jamás dicha—, finalmente, las siete mesas —tras la puerta de paño, los rugosos billetes, el golpe, el disparo.  

CONTACTO: gaston.coba@gmail.com