DE LO PEQUEÑO Y FUGAZ
Por un
largo lamento de quena
viaja el
caracol. Su huella blanda
moja esa
nota sostenida. Parece
que
nunca podrá atravesarla,
sin
embargo, viaja, con paciencia,
mirando
al poniente y al cemento
a la
vez. Le fascina lo que hay fuera,
lo que
no es su casa vagabunda.
El
vientre de la luna, por ejemplo,
allá
sobre la cima del cerro,
o los
duros ojos de las hormigas.
Terco y
adusto como un filósofo
se pregunta
quién los puso allí,
qué
hacen cuando no los ve,
a qué
tanta forma entre formas.
No
advierte, empero, que esas
interrogaciones
son el ínfimo
cuarzo que
brilla en la arena,
su huella
blanda que poco
a poco
va desapareciendo
sobre el
lamento de la quena
que también languidece.