SAN PEDRO DE COLALAO

Bajo la seca luz arden el polvo y los árboles. El norte quema la vida en las manos y los ojos. Aquí abunda el apellido ilustre, la mano pedigüeña, las cañas de humo. A eso hay que resignarse. Me lo dijo y taloneó al caballo. El agua donde había bebido el animal reflejó, sucia, un cielo sin pájaros. Mirándola, agregó: Es lo que somos. No hablamos más. Hasta nosotros extendía su sombra el cerro.

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